Con Daniel Espejo
Conocí a Daniel Espejo en Sarajevo en 2001. En estos pocos años nos hemos visto unas pocas veces y hemos intercambiado unos pocos libros. En su bitácora Famosos en acción, Daniel entrevista a poetas carentes de fama. Aquí va el resultado de nuestra charla de marzo de este año.FAMOSOS EN ACCIÓN: Amigo López Belloso, antes de entrar en materia, una curiosidad: ¿qué se le había perdido a usted por los Balcanes en 2001, aparte de todos esos poemas que encontró?
R.L.B.: En mi opinión los Balcanes tienen la virtud de todas las fronteras. Un cruce de caminos en los que se producen, a la vez, encuentros, choques y síntesis. Pero los Balcanes no son una frontera más. Son el arquetipo de la frontera. Una frontera geográfica (y desde ese punto de vista podría decirse que tenía la necesidad de ver con mis propios ojos el lugar donde empieza y termina esa construcción equívoca que llamamos Occidente), pero además, y sobre todo, una frontera temporal. En ese sentido puede decirse que en los Balcanes yo también buscaba los jirones de épocas épicas. Épocas oficialmente terminadas y enterradas, pero que debían de haber quedado en alguna parte. Buscaba lo que quedaba, si es que quedaba algo, de aquella vieja herencia eslava de la oscuridad de los tiempos, algún resto del imperio otomano o de su contracara austrohúngara. Y por supuesto, buscaba lo que hubiera sobrevivido de la Yugoslavia de Tito. Territorios que, a su modo, eran construcciones utópicas. Mapas imaginarios. Y aquí llego al punto. En ese 2001 yo estaba escribiendo un ensayo, titulado Los mapas imaginarios, sobre los Balcanes, como parte de una investigación académica. Lo que encontré, sin embargo, fue un montón de versos borroneados en mi cuaderno de viaje. El ensayo está casi terminado, pero sigo sin poder ponerle el punto final. ¿Una excusa para volver a la eslavia del sur?
F.E.A.: Leyendo sus poemas encontrados en el siglo pasado, me ha fascinado esa especie de triple salto mortal que supone colocar un poema a medio camino entre la individualidad y la Historia, sin que el artefacto haga aguas y sin cargar las tintas de lo evidente. ¿Hay alguna receta para esto? ¿Por qué a este lado del charco parece que sacamos la lejía cada vez que vemos cualquier resto de Historia en un poema?
R.L.B.: Actualmente no hay historia personal que pueda entenderse si no se la inscribe en el momento preciso en que se está viviendo. Los mujics de la época de Pedro el Grande podían vivir sus vidas como experimentos aislados, pero hoy, todos nosotros somos cápsulas de contexto. Hasta los hikikomori, esos nuevos kamikazes adolescentes del Japón que se aislan en sus dormitorios por meses negándose a cualquier contacto humano, siguen manteniendo el cordón umblical con el televisor o la red. Por supuesto, la literatura puede abstraerse de esa realidad y crear sus propios territorios de individualidad pura. O puede dejar que la historia entre por la ventana y se mezcle con las trayectorias individuales. La literatura es como la programación, siempre que esté dentro de los límites de su lenguaje, puede hacer cualquier cosa. Si el resultado es bueno o es malo, dependerá del que escribe y del que lee. Tampoco en esto hay absolutos. Es más, sugiero desconfiar de la poesía “apta para todo público”.
F.E.A.: Por tirarle un poco de la lengua y al hilo de esto, ¿no decían por ahí que la Historia se había acabado?
R.L.B.: El fin de la historia es un espejismo. Lo que se va erosionando y despedazando son los mitos alrededor de los paradigmas. Pero no la historia. Si lo enfocamos desde un punto de vista literario, ese supuesto final resulta más absurdo. El uso de cascarones de historia como insumos para la creación literaria es pan de cada día. El uso de escenarios pasados para echar luz sobre problemas presentes le ha rendido sus buenos frutos a más de un novelista. Y en cuanto a los poetas...permítame suponer que la poesía es una máquina de resucitar jirones de pasado.
F.E.A.:Desde ya le pido disculpas por ser lo opuesto a un erudito en letras uruguayas, pero por aquí los últimos libros de Eduardo Milán (especialmente Habla) están suponiendo una ráfaga de viento en nuestra mal ventilada escena poética, ¿es para ustedes tan marciano como para nosotros, o de alguna manera se reconoce usted en su escuela literaria?
R.L.B.: Erudito o no, si usted conoce a Eduardo Milán conoce lo que merece conocerse en la poesía uruguaya. En caso de que tenga un ataque de curiosidad, puede agregar los nombres de Roberto Echavarren, Alfredo Fressia, Jorge Medina Vidal. Si de Milán ya conoce Habla, le recomiendo especialmente Errar. O para que sea más fácil de encontrar, Razón de amor y acto de fé, editado por Visor. Allí encontrará joyas como esta: “yo no busco un dolor puro/ busco su nombre para delatarlo”. Milán, que tiene nombre de ciudad extranjera (ciudad Meca para los nuevos emigrantes en que nos hemos convertido) vive, desde hace mil años, en el extranjero (México). Las letras uruguayas son una diáspora. No en vano nuestra única pluma universal es francesa (Lautréamont, nacido en Montevideo y alimentado en París con la nostalgia del Río de la Plata). Disculpe, en este momento se impone una pregunta-paréntesis-duda: ¿dije nuestra? No creo que exista un lugar en el que anclar la identidad en términos de literatura ni de historias individuales.
F.E.A.: Por abundar un poco en este tema, ¿qué tiene para usted más sustancia, una tradición literaria uruguaya o una tradición latinoamericana?
R.L.B.: Una tradición literaria. Y punto. Ni uruguaya ni latinoamericana. No hay más fronteras que el lenguaje, por lo que a lo sumo podría aceptar la existencia de una “tradición literaria en lengua castellana”. Y en esto incluyo tanto lo escrito originalmente en español, como las versiones castellanas de lo escrito en otras lenguas, ya que debemos agradecer también a esos contrabandistas que son los traductores. Mulas imperfectas que nos traen de contrabando a Elliot, a Kavafis, a Skácel o a Rimbaud. A cambio se llevan a Vallejo, a Lezama Lima, o a Miguel Henández. No habría tradición literaria sin esos imperfectos intercambios de frontera.
F.E.A.: Es decir, que usted suscribiría aquello de Camus de Mi patria es la lengua francesa exactamente hasta la penúltima palabra…
R.L.B.: Siempre hasta la penúltima palabra y sin la letra chica. Porque no olvidemos que la lengua es parte de lo que define las identidades nacionales. Si a esa equivocación llamada patria le agregamos el corsé de la literatura creada en una lengua, cualquiera que sea esa lengua, terminaremos limitando tanto los horizontes que no habrá forma de levantar la pluma...perdón, quise decir que no habrá forma de golpear la tecla.
F.E.A.:¿No cree que en su editorial lo van a colgar a usted, por colgar su libro entero en un blog?
R.L.B.: Se trata en verdad de un experimento inacabado. A cada poema le iremos incluyendo algunas notas que generarán una propuesta distinta a la que puede verse en libro. Esperemos encontrar clemencia.
F.E.A.: En estos tiempos poéticos que corren, tan malos para los poemarios abiertos o heterogéneos, ¿defendería usted la no unidad de sus poemas encontrados en el siglo pasado? Es el momento, si quiere, de defenderse de esta acusación de herejía, también.
R.L.B.: Si se busca tal vez puedan encontrarse ahí adentro algunas cápsulas de unidad. Colecciones temáticas, para usar un criterio filatélico. Sellos eslavos. Sellos de invierno. Sellos de Berna. Sellos de poetas. Sellos rojos. Hay muchas combinaciones posibles. Tal vez su unidad sea esta posibilidad combinatoria. En cuanto al dilema dialéctico entre unidad y heterogeneidad, creo que no hay defensa posible: toda unidad es un espejismo, la realidad es heterogénea. Pero seamos justos: la poesía es en sí misma un espejismo.
F.E.A.: Los tiempos que vivimos están, desafortunadamente, produciendo muchísimo material para un hipotético poemas encontrados en este siglo. ¿Abordaría usted este proyecto? ¿Bordearía tal vez algún escollo sociopolítico para no caer en lo panfletario? ¿O lo atacaría de lleno?
R.L.B.: Lo atacaría de lleno. Tropezaría con el panfleto. Me rompería las narices contra la realidad. Y trataría de volver a levantarme. Enredado en viejas banderas chamuscadas. Todo eso con la esperanza de que el lector no se enterase de nada de lo que ocurrió durante el viaje. ¿O haría todo lo contrario?
F.E.A.: No quisiera ponerlo en un aprieto (porque yo también siento esto y sería para mí un trago si alguien me hiciera esta pregunta), pero, ¿de dónde la fascinación por el mundo eslavo, tan frecuente en su libro?
R.L.B.: Desde el primer libro (que intercambiamos en Sarajevo) el mundo eslavo está presente en lo que escribo. Somos animales de imágenes, por lo que el principio de la fascinación llegó por medio del cine: Eisenstein, Wajda, Kieslowski, Zulawski. Después llegó la literatura. Los poetas rusos (Tsvietaieva, Blok, Maiakovsky, Mandelstham), los checos (Skácel, Holan) y los narradores balcánicos (Pavic, Selimovic, Andric, Cernianski, Kadaré). Después del cine y la literatura llegó la historia. Ahí la entrada se dio a través de la Edad Media y de los experimentos yugoslavos. Finalmente estuvieron los viajes con el contacto directo que permiten. Pero un encuentro preparado largamente por aquellas imágenes y lecturas. Y en términos de contacto directo, encontré en Bizancio una puerta de entrada privilegiada para el mundo eslavo. Llegué a los Balcanes desde Grecia, y luego, viviendo un año en Praga, pude acercarme lentamente, una y otra vez, cíclicamente, a un lugar que ya forma parte, de una manera natural, del paisaje de mis poesías. En los hechos, el libro más exótico que he escrito se llama poemas encontrados en la sierra de las ánimas, y trata sobre el campo uruguayo.