viernes

1927

después de la jornada
se encienden las luces en el callejón que da sobre la vieja torre
poco pueden hacer contra la oscuridad insular de enero
hay que apretarse entonces
junto al brasero y al enrejado de hierro en que se asan los pulpos
vivos retratos de los dracmas de plata de eritrea
pero es otra isla esta isla
y parece no quedar nada
de la vieja gloria de las temibles armadas de antaño
el recuerdo del desastre de esmirna obliga al silencio más que al reproche
hombres de mar
que estaban destinados a heredar la gloria de las piraterías sarónicas
-almirantazgos
forjados en la piadosa crueldad de los mayores-
no serán ellos la juventud gloriosa que rescate para la hélade
las perdidas llanuras del asia menor
no será suya la espada
por la que volverán a tañir las campanas de bronce de hagia sofía

el recién llegado respeta el aire fúnebre que parasita el rito de esa copa
callado rumia su parte
que nadie le ha pedido

desde lo más alto de la isla de égina
eterna en la ceñida belleza con la que emergió de las aguas
afaia filtra el plenilunio y los consuela

(Kazantzakis vive un año en la isla de Egina, mientras el país todavía expía las culpas de Esmirna)

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